jueves, 26 de noviembre de 2015

Actividad de ampliación. (Basada en el ejemplo VII).

- No lo sé.

Me ahogué en la nube de tabaco a la que yo misma había subido. Mel me miraba absorta, como si acabara de arriesgar mi vida en uno de esos juegos televisivos en los que puedes llegar a ganar hasta 1.000.000 de euros.

- Esto es estúpido. Plantearse escaparse de casa es un tema extremadamente complejo, y tú ni siquiera sabes qué vas a hacer. - me dijo mientras yo aterrizaba.

- Es difícil, de verdad, no lo soporto. No soporto las paredes cubiertas por ese papel barato, ni los agujeros en las puertas. Ni siquiera el ruido que hacen las gotas del grifo contra la pila del baño.

Sentía todo lo que decía, y todo lo que no estaba diciendo. Era una sucesión de vómito negro que había estado acumulando durante años. Aquella casa ya no es mía y no pertenezco a la casa. Y devuelta a ese punto la vida parece un plural de pequeñas muertes, que no puedo afrontar, que debía salvar de mí al huir.

- Por eso me has traído hasta aquí. - dijo Mel mientras me miraba con el ceño fruncido.

- Exacto. ¿Has traído todo lo que te dije?

- Cuando me llamaste era de madrugada y la mitad de las cosas se me han olvidado. También pensé que iba a ser una acampada entre las dos y por eso hay cosas que he pasado por alto.

El aire corría despacio y me azotaba en la cara. Me aparté el pelo. Mirar a Mel era verme y no reconocerme. Ella era esa parte de mí que nunca había visto. Y estaba allí. Idealizada.

- Dime qué has traído, entonces.

Se quitó la mochila y la dejó sobre el frío césped. Éste dibujaba hondas que terminaban al borde del acantilado en el que planeaba mi huida. No me arrepentía. Ni siquiera un poco. Para nada.

Sacó en éste mismo orden toda la artillería: Unas tijeras para zurdos, una tienda de campaña roja de poco más de un metro cuadrado de base, un termo con agua fría y otro con agua caliente (se la habían olvidado las bolsas de té así que no serviría nada más que para calentarme las manos) y tres libros.
(¿Tres libros?)

- ¿Qué es eso? - la dije señalando vagamente.

- Unas tijeras.

- Lo otro.

- Ah, una bomba.

- Dios. Sé que son libros, me refiero a que por qué los has traído si no estaban en la lista.

- Sabía que no iba a haber cobertura.

- ¿Son buenos? 

- Define buenos.

- ¿Son tristes?

- Son novelas con estúpidas moralejas baratas para que te sientas mal o reflexiones respecto a decisiones no éticas. Así que no, no son buenas, y tampoco son tristes. Quizás un poco.

Se sentó en el suelo y arrancó con las manos la dura hierba, quitando manojos y lanzándolos al aire, esperando a que el destino hiciera algo con algo que no tenía otro destino que desaparecer.
Me miró y dio dos palmadas en la tierra, me senté a su lado y me rodeó los hombros con el brazo. Estar con ella era estar en casa. No era mi casa. Pero me sentía en el hogar. 

- ¿Qué piensas hacer? - dijo mientras me miraba con esos ojos azules.

- Quiero viajar. Quiero irme muy lejos y no volver. Quiero conocer al amor de mi vida y perderlo, y quizás perderme y no volver a encontrarme.
Ganar dinero y dormir con muchas personas en distintas camas. Iré a casa y cogeré todo lo demás. Y me iré, porque todo a mi alrededor ha explotado por mi culpa y debo salvarme y salvar a mi familia de mí misma.

- Quieres irte porque sabes que no encuentras la manera de adaptarte. Y debes admitir que es egoísta, y que mientras sueñes con huir, allí donde vivías comenzará a caer cada vez más rápido hasta que al final se destruya. Y que cuando quieras volver, ya nadie estará esperándote. Edith, obviamente sé lo que sientes, pero tus fantasías alimentan los sacrificios que realizas sin darte cuenta.

No sé si tenía razón. O si el día era demasiado gris. O si me sentía culpable. Pero todo dentro de mí comenzó a girar sobre un eje y no podía conmigo misma.
Apagué el cigarro en el suelo y apoyé mi cabeza al lado de la suya.

- Quiero que me leas alguna de esas estúpidas novelas.

Me miró con complicidad. Cogió el libro con la portada más bonita. 
"La odisea de Francine.
Comenzó a narrar.

"Con la cabeza en llamas Francine observó el bosque arder. Los árboles, los pájaros que caían del cielo cubiertos en combustión. Las cenizas se la pegaban a las mejillas y la manchaban la cara. El dolor la poseyó y su cara no expresaba nada más que una rotura, indescriptible. Culpabilidad.
Corrió con los pies descalzos con un sólo pensamiento: salvar todo lo que pudiera de aquello que era suyo, del reino, de la guerra entre el fuego y la tierra. Buscó la manera más rápida y fugaz de ir, antes de que el castillo ardiera con la naturaleza, y de la mano, que se quemaran los componentes del pueblo. Los gemidos de un animal sonaban y resonaban al fondo de ninguna parte y ella lo buscaba con los cinco sentidos. Entre el humo y el dolor tocó un pelaje suave y grueso. Los dedos la olían a cerillas. 
Había encontrado la paz. Le secó las lágrimas a aquello que parecía un oso e intentó enderezarlo mientas abrazaba su cuello subida al lomo. Él comenzó a andar preso del miedo y desesperación, mientras que los pensamientos de Francine frenaban su paso.
Pensó primero en las cosas de las que estaba asustada. Después de las que no. Y finalmente de todo lo que debía recoger de palacio a la hora de salvarlo todo y huir. Huir de un territorio que era del fuego. Huir de su cabeza presa de la fantasía.
Las avispas, la muerte y la soledad.
La deshonra, los besos y la ambición. 
El espejo, el cuaderno y la corona.
Mientras, el oso daba tumbos cada vez más fuertes gracias al cerebro alimentado de niebla de aquella chica con las mejillas llenas de pecas y rubor. Francine cayó y el animal también. Las hojas negras se alimentaban de ella y no podía dejar de explotar su cabeza con pensamientos en vano. La chispa que ella había provocado se apoderó de ella y delante de sus ojos, tocando el cielo el reino había sido reducido a las llamas. Ya nada era de nadie. El pueblo no era de ella. Francine no era suya. Francine era suya porque había sido egoísta, y ahora lo echaba de menos."

Tenía una espiral en mi estómago. Cuando Mel lee, respira muy profundo en las pausas y quizás fue lo que más me dolía de todo aquello.

- Vete a casa. - dijo casi susurrando.

No la respondí, porque si quisiera decir algo de todo lo que estaba pensando podría salir de mi boca deformado y poco fiel.

- Ayer estuve leyendo poemas y una frase me gustó demasiado. - siguió, evitando mi vacío - No me acuerdo muy bien pero decía algo como:

La cabeza llena de nubes tengo,
y mientras fantaseo: fallo, voy, y vengo.

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